
De nuevo ocurrió en el microbús.
Abordé para recorrer unas cuantas cuadras. Pagué y me senté del lado derecho en un asiento de cuero sintético cuya temperatura estaba muy por encima de la mía, producto quizá de su larga permanencia bajo el rayo del sol que dominaba todo ese costado.
Nuestro recorrido era amenizado por esa mezcla de estilos cubanos comúnmente llamado salsa.
No recuerdo la canción, me perdí en la calidad del equipo de sonido de "la unidad", sentía estar ahí, entre los timbales y los bongóes, entre las breves pero constantes intervenciones de la tuba y el cencerro marcando los tiempos; me encontraba inmersa en un viaje sonoro que fue abruptamente interrumpido por una voz grave, ahogada en lo que algunos hubieran considerado un escándalo, un hombre bajito, moreno, de unos 60 años: "bájale a tu pinche salón de baile, cabrón"
El chofer bajó un poco el volumen para preguntar cortésmente cuál había sido la petición, ésta se repitió en modo y potencia semejantes, llenos de asombro el "pasaje" y el chofer, el segundo decidió ignorar el comentario y seguimos disfrutando la pieza. Una vez terminada la canción de la discordia, el "micromedonte" cedió y disminuyó el volumen.
Y así, un pasajero que había pagado la flamante cantidad de $3 por el servicio que se le otorgaba venció al gigante.