Todo resultó más o menos como lo había imaginado.
Me paré en un buen lugar, en realidad lo único bueno del lugar era la ubicación pues me encontraba entre un charco de sospechosa procedencia y filas de camiones con olor a diesel quemado.
Recargada en la cortina naranja de algún comercio miraba hacia el lado contrario esperando el factor sorpresa. Escuche una voz que dijo mi nombre y empecé a temblar, eso no estaba en mis planes, ni el que mis orejas cambiaran de temperatura y mis cachetes de color... El saludo fue un largo abrazo, tal vez los acumulados a 101 días de separación.
Decidí regresar las 16 estaciones del metro que había recorrido, ahora tenía una compañía con quien valía la pena hacerlo...
El metro avanzaba tan rápido que percibía algo de malicia en esa inusual ligereza; el tema de conversación no lo se con precisión pero el concepto subyacente era el de coincidencia.
Elementos, un par de momentos de tensión, algunos comentarios con sabor a melancolía, ciertas ideas acompañadas por lágrimas, todo sobre un fondo de inmenso gozo. A ratos el silencio lo gritaba.
Y la tarde se alargó en el momento justo en el que las obligaciones pedían que aquello terminara, una vez abierto el corazón éstas acallaron y accedieron a la complicidad. La oscuridad de la noche contrastó con el fulgor de dos almas reencontradas.
Agradezco en mi vida los momentos, las personas capaces de dar consuelo en medio del duelo cuando ellas mismas lo padecen, la pesada carga es llevada entre los dos y se vuelve necesario mantenerse juntos para resistir.